23 abril, 2013

LA PRÁCTICA REFLEXIVA DE LA MEDICINA

Disculpas porque tome el post y olvidé la fuente. .

LA PRÁCTICA REFLEXIVA DE LA MEDICINA (homenaje a Enrique Gavilán, Joan Ramón Laporte e Ildefonso Hernández)


La violenta reacción de una parte de la profesión médica contra el testimonio de Enrique Gavilán, Joan Ramón Laporte e Ildefonso Hernández, éste rasgarse las vestiduras y darse golpes de pecho ante la "asombrosa" declaración de unos médicos confesando que nada de lo humano les es ajeno, me ha recordado una vieja entrada publicada en el también viejo blog de La Momia que Habla que reproduzco, en homenaje a ellos, con algunas pequeñas modificaciones

"El jueves pasado tenía que dar un Curso en la UMU sobre aspectos éticos de la relación entre médicos e industria farmacéutica. Ya casi no me llaman para dar cursos de bioética porque últimamente siempre digo que no. Hace 15 años todavía tenían su gracia pero tras estos años “predicando” tengo claro que la bioética no se enseña. Pero con este curso me pillaron blandito y me pidieron que hablara del tema que estoy estudiando últimamente. La preparación de la clase me ha permitido reflexionar sobre esta pregunta 

¿Desde qué posición podemos hablar con unos compañeros sanitarios sobre las evidencias que demuestran nuestra connivencia y colaboración con las estrategias comerciales de la industria farmacéutica (mercantilización) o con aquéllas que buscan generar una sociedad hiper-demandante e hiper-dependiente de la atención sanitaria (medicalización)? 
Claro, en un curso de bioética, la respuesta debería ser: desde la ética ¿no? Pues no lo tengo tan claro. La posición ética no es una buena posición para intentar responder a esta pregunta. ¿Un compañero que receta un determinado medicamento “me too” (innovación terapéutica no relevante; cualquier ARAII, por ejemplo), recomendado por un agradable “representante”, al que conoce desde hace años y con el que coincide en la academia de inglés de los nenes y que cada año le paga el Congreso de la especialidad, que además es un “me too” que funciona estupendamente y que, posiblemente, utilizaría igual aunque no lo invitaran a los Congresos, está siendo poco ético? ¿Un compañero que acepta que sus pacientes se realicen la densitometría de calcáneo, ofrecida “generosamente” por una casa comercial, para saber si tienen osteoporosis, ysaldráquesí, y después le prescribe un bifosfonato, está siendo poco ético? ¿Y otro que cita todos los años a una señora para revisar “en el hospital” unas varices que se empeñan en seguir igual? Ese compañero tampoco está siendo poco ético; de hecho, para la señora a la que revisan este compañero es un profesional virtuoso.
¿Dónde está el problema? El problema puede ser ético en algunos casos: existen médicos corruptos como existen fontaneros corruptos. Compañeros que deliberadamente prescriben uno u otro medicamento, o le cambian el antihipertensivo o el antidiabético oral cada tres meses al paciente teniendo en cuenta sus “relaciones” con los laboratorios; o el compañero especialista que cita deliberadamente sucesivas “facilonas” para tener consultas llenas. Estos casos no son la mayoría, aunque existen, y no son difíciles de detectar. Pero una reflexión de este tipo ni mucho menos podría generalizarse y, por tanto, no nos vale para plantear la reflexión con vistas a generar cambios. Es una posición que genera, mayoritariamente, estrategias defensivas, nada movilizadoras.
En otros muchos casos existe, simplemente, una falta de conocimiento por parte del profesional. Sin duda la falta de conocimiento actualizado tiene una vertiente ética, pero admitamos que la ingente cantidad de información clínica en forma de guías de práctica clínica, protocolos, meta-análisis, revisiones sistemáticas, recomendaciones de expertos, publicidad, etc… hace cada vez más difícil separar el grano de la paja y el médico con mejores intenciones puede no estar completamente actualizado en un determinado tema o simplemente haber consultado documentación sesgada
Siguiendo con nuestros ejemplos, nuestro compañero puede desconocer las revisiones sistemáticas que no encuentran diferencias importantes entre los IECAs y los ARAII, excepto en su precio, o la inutilidad de una densitometría de calcáneo por su alta sensibilidad pero baja especificidad. Esta falta de conocimiento actualizado y de calidad ¿denota una falta de ética profesional? Supongo que depende del "tamaño del agujero". Sí creo que la falta de conocimiento actualizado y de calidad es un problema pero no solo ni principalmente del médico sino que lo es del sistema de salud, la organización, que no provee adecuadamente a sus profesionales de herramientas de apoyo a la toma de decisiones o información/formación continuada dirigida o focalizada en las áreas de mayor deficiencia de conocimiento.
Por tanto, sin duda, existen casos en los que la colaboración del médico con estrategias mercantilistas y medicalizadoras se debe a una falta de ética (las menos) o a una falta de conocimiento (algunas más) pero, desde mi punto de vista, el problema que subyace en la mayoría de los profesionales sanitarios y que, quizá, puede servirnos para generar reflexión movilizadora, es, en realidad, intelectual. No hablo de falta de inteligencia. Ni siquiera hablo ahora de de falta de formación. No. Hablo de falta de profundidad en el pensamiento. Hablo de una falta de hábitos reflexivos que permitan a estos compañeros analizar y criticar sus prácticas más allá de lo evidente; más allá de lo epidérmico; más allá del oficio.

Pero ¿qué es esto del pensamiento reflexivo? Bueno el pensamiento reflexivo es la característica definitoria más importante de la actuación profesional. De cualquier profesional. La diferencia entre un oficio y una profesión es que él que ejerce un oficio está centrado en el dominio de los saberes técnicos que tiene que utilizar en la práctica (racionalidad técnica). El profesional, además de los saberes técnicos, tiene que construir una autonomía y un criterio profesional, que es algo más que tener conocimientos de medicina. Esta construcción de un criterio profesional ha sido llamado también "encuadre" que, referido a la solución de problemas clínicos, sería el proceso mediante el cual definimos la decisión que se ha de adoptar, los fines que se han de lograr, los medios que pueden ser elegidos, es decir, construimos el contexto o el marco en el cual desarrollaremos nuestras habilidades técnicas.
Por desgracia para nuestra mentalidad positivista-cientificista, el proceso de encuadramiento no es técnico, no es dependiente de nuestro conocimiento “científico”, no viene dado. En realidad, cuando encuadramos una situación estamos más cerca de lo intuitivo o de lo emocional que de lo racional. Cuando encuadramos una situación seleccionamos qué vamos a considerar como elementos relevantes, cuáles van a ser los límites de nuestra atención sobre ellos e imponemos una coherencia que nos permita decir qué está mal y en qué dirección se debe reorientar la situación. El profesional es ejecutor y, a la vez, creador: aísla el problema, lo plantea, lo concibe, elabora una solución y asegura su aplicación. La competencia profesional podría entenderse desde este punto de vista como la capacidad de gestionar el desajuste entre el trabajo prescrito (normas y protocolos) y el trabajo real (complejo, singular, irrepetible), en el que las prescripciones fallan o no se ajustan a la realidad. En los oficios, la parte prescriptible representa una proporción mayor de la actividad que en las profesiones.


Perrenoud, un pedagogo francés, hablando del oficio de enseñar, que es tan parecido a la medicina, escribía en el año 2004: 
“En teoría los profesionales son quienes mejor pueden saber lo que tienen que hacer de la mejor manera posible. En la práctica cotidiana no todos están constantemente a la altura de esta exigencia y de la confianza recibida. El grado de profesionalización de un oficio no es un certificado de calidad entregado sin examen a todos aquellos que lo ejercen. Es más bien una característica colectiva, el estado histórico de una práctica que reconoce a los profesionales una autonomía, fundada en una confianza en sus competencias y en su capacidad reflexiva”





¿Estamos los profesionales sanitarios, especialmente en estos días, a la altura de la confianza de la sociedad en nuestra capacidad reflexiva?

En realidad, el profesional se la juega en su capacidad de trascender su mera actividad técnica y enmarcarla en un contexto mayor que le permita darle un significado a su tarea. Técnicamente, prescribir ARAII puede se irreprochable, pero contextualizarlo en la necesidad de utilizar los medicamentos más eficientes porque con mis decisiones cotidianas contribuyo a la sostenibilidad del sistema sanitario público, forma parte de un proceso reflexivo que constituye el núcleo duro del profesionalismo. De igual modo, no encuadrar la petición de una densitometría de talón ofertada por una casa comercial en una estrategia de medicalización, habla de un proceso de toma de decisiones superficial. Nuestro cirujano que cita a la señora con varices cada año para una revisión tampoco parece trascender la mera decisión técnica y enmarcarla en un gesto que acaba generando dependencia de la paciente de la atención especializada (“éstos sí saben”), deslegitima a su médico de cabecera y produce actividad profesional simplemente ineficiente por no efectiva.
Perrenoud es un gran crítico de este profesionalismo superficial que pretende legitimarse solo desde lo científico y lo técnico: 
“Buena parte de los profesionales hacen evolucionar su práctica, desde un punto de vista muy egocéntrico, hasta que hallan en ésta su felicidad o, por lo menos, un mínimo de equilibrio.. Inmediatamente conectan el piloto automático” 
En efecto. Es frecuente encontrar a profesionales sanitarios que no aspiran a ejercer realmente una profesión: prefieren funcionar respetando un “protocolo”, o los procedimientos prescritos, las "normas de la casta", alcanzado un cómodo equilibrio en su práctica. 
Un equilibrio en el que todo va a favor para que sea confortable: las demandas de los ciudadanos consumidores de salud, los intereses de la industria, la negligencia de los gestores públicos, los intereses corporativistas de la profesión, etc. Es el vuelo cómodo, seguro y estable del ganso (sin intención de faltar)
Hay gavilanes, por contra, que están continuamente atentos, tienen un vuelo más nervioso, una mirada más intensa; problematizan todas sus actuaciones, no se conforman con lo más cómodo, con lo menos dañino para su autoestima; critican, desde la lealtad, a su propia organización e iluminan, desde el compromiso, las zonas más ambiguas de su profesión o actividad.
Existe cada vez más un desfase entre las estructuras (la organización de la asistencia, la distribución de los presupuestos, las condiciones del desempeño profesional, los intereses de la industria, la organización del conocimiento por especialidades, la sociedad medicalizada..), los fines de la profesión y las necesidades de los usuarios y pacientes.

Frente a estos problemas o desfases, que van e irán en aumento, los profesionales estamos bastante solos y podemos optar por renunciar o por ejercer nuestra responsabilidad cívica y ética, como han sido los casos de Enrique Gavilán, Joan Ramón Laporte e Ildefonso Hernández, al decidir dar testimonio en Salvados.
El profesional no se enfrenta a estos problemas y desfases, a estas anomalías del paradigma, con un catecismo sino con su experiencia, su conocimiento, sus competencias reflexivas y su integridad moral. Ninguno de los elementos garantizan nada, pero son los únicos que pueden ayudarnos a analizar, crear elecciones y asumirlas. La falta de autocrítica profesional tras el programa Salvados es un ejemplo de la escasez angustiante en España de pensamiento reflexivo entre los médicos. 
La opción reflexiva exige al profesional ejercer una relación activa más que “plañidera” con respecto a la complejidad para intentar generar un sentimiento de coherencia y control sobre los acontecimientos. Las reacciones defensivas no son sino un síntoma de desbordamiento y de miedo que emergen, en realidad, no cuando iluminamos nuestra profesión y la acercamos a la sociedad, sino cuando perdemos la ambición intelectual y el compromiso que hemos asumido con ella de darle un sentido profundo a nuestra actividad.


Junto con la política y la enseñanza, la medicina es uno de los oficios imposibles para Freud. En estos oficios, el fracaso es un resultado que no puede nunca excluirse; en ocasiones es el más frecuente. Vamos forzosamente de esperanzas a desilusiones

¿Cómo salvaguardarse de los efectos devastadores de esta alternancia?

No lo sé. Pero sí sé que no podemos renunciar de antemano al éxito para protegernos definitivamente de las decepciones. 
Entre el cinismo protector y la fe sin límites existen las, más inestables, inseguras y  ambiguas, posiciones reflexivas.
Y acabo con Perrenoud: 
“Ejercer serenamente un oficio de lo humano significa saber con cierta precisión, por lo menos a posteriori, lo que depende de la acción profesional y lo que escapa de ella. No se trata de cargar con todo el peso del mundo, responsabilizándose de todo, sintiéndose continuamente culpable; es, al mismo tiempo, no ponerse una venda en los ojos, percibir lo que podríamos haber hecho si hubiéramos comprendido mejor lo que ocurría, si nos hubiéramos mostrado más rápidos, más perspicaces, más tenaces o más convincentes… Para verlo más claro, a veces se debe aceptar el reconocimiento de que podríamos haberlo hecho mejor y comprender por qué no lo hemos conseguido. El análisis no suspende el juicio moral, no vacuna contra la culpabilidad, sino que induce al practicante a aceptar que no es una máquina infalible, a tener en cuenta sus preferencias, dudas, espacio vacíos, lapsos de memoria, opiniones adoptadas, aversiones y predilecciones, y otras debilidades inherentes a la condición humana”
Y no me resisto a otra cita del autor: 
“La práctica reflexiva no nos dirige específicamente a aclarar un error estrictamente técnico, sino más bien, una postura inadecuada, un prejuicio sin fundamento, una indiferencia o una imprudencia, una impaciencia excesiva, una angustia paralizante, un optimismo o un pesimismo exagerados, un abuso de poder, una indiscreción injustificada, una falta de tolerancia o injusticia, un fallo de anticipación o de perspicacia, un exceso o falta de confianza, un conflicto de interés..; en definitiva, actitudes y prácticas relacionadas con los pacientes, el saber, el trabajo, la organización, etc”


Por último, os regalo compañeros, estas citas de Pessoa, de su maravilloso "Libro del desasosiego", que estoy releyendo:
"Creo que decir una cosa significa conservarle la virtud y despojarla del terror"
"No el placer, no la gloria, no el poder; la libertad, solo la libertad"  

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