Carta a las madres y padres de niños y adolescentes hiperactivos
Por Enrique Gavilán (@enriquegavilan), médico de familia.
Estimadas Mª Elena, Mª Jesús, Teresa,
Andrea, Nélida, Rosa, Mariví, Merche, Cristina, Inma, Eva, Angélica, Yolanda, Víctor,
Laura…
Han pasado ya unos días tras la
emisión del programa “Sobremedicados” en “Salvados”. Reconozco que ha sido una
semana muy dura para mí. Asumía que tras lo dicho en la entrevista mucha gente,
sobre todo compañeros de profesión, iban a sentirse señalados. Pero no contaba
con que mis palabras pudieran dañar o causar dolor a tantas personas. Nada más
lejos de mi intención. Vuestras palabras me han conmovido en estos días, y
entiendo la desorientación, la frustración, incluso la furia que muchas de
vosotras habéis sentido. No sé si pediros disculpas es suficiente; en todo
caso, si lo hago es de todo corazón.
El TDAH es un trastorno
reconocido y aceptado por la comunidad científica internacional. Nunca he dicho
que no lo fuera. Sin embargo, no todo es consenso y unanimidad. Hay muchos
grises entre el blanco y el negro. Son muchos los autores que han realizado revisiones
críticas de la historia y del presente del mismo. Sus argumentos contribuyen a
enriquecer su estudio, aportando perspectivas perfectamente válidas. En ellos
me basé en la entrevista, y no en meras opiniones o especulaciones personales.
El TDAH está sobrediagnosticado.
No me refiero a los errores en el diagnóstico, sino a que muchos de los
afectados podrían haber tenido una vida perfectamente normal, feliz e integrada
incluso sin haber sido nunca diagnosticados o tratados. El exceso de celo a la
hora de etiquetar a niños y adolescentes hiperactivos ha creado una epidemia
desproporcionada, y en un importante porcentaje de ocasiones puede haber
ocasionado más desventajas que beneficios, además de muchos sufrimientos
innecesarios. El sobrediagnóstico lleva parejo, en muchos casos, el uso de
fármacos en personas en las que pueden ser más perjudiciales que útiles.
El TDAH ha sido objeto de multitud
de campañas de concienciación. Muchas han sido llevadas a cabo con toda la
mejor intención del mundo. Otras, por el contrario, han contado con visibles
conflictos de interés no siempre bien explicitados. Y un número nada desdeñable
de ellas han sido promovidas directamente por entidades y compañías con claro
afán de lucro, que no han escatimado esfuerzos para desviar el foco de la
atención de muchas familias afectadas hacia intereses que algunas veces distan
de los que genuinamente todo progenitor quiere para su hijo.
El TDAH ha sufrido, además, una
fuerte medicalización en los últimos años. El TDAH hunde sus raíces en la
medicina, sí, pero también en lo social, lo cultural, lo educativo. Y por tanto
las explicaciones y las soluciones a este trastorno no pueden venir sólo de la
medicina. Parece más fácil encauzar el problema hacia la consulta de un médico
que cambiar todo un modelo educativo y su engranaje con el sistema sanitario, lo
cual lleva más de 30 años, por ejemplo. O que cambiar las políticas sociales para
que las madres y padres podáis dedicar más tiempo a vuestros hijos sin que ello
suponga ningún perjuicio social o laboral, por ejemplo. Ninguna respuesta, por
sí sola, es 100% definitiva: medicalizar también tiene sus ventajas, pero no
sale gratis. Si todos estamos dispuestos a asumir que la medicalización es la
única respuesta posible también debemos asumir sus consecuencias.
Por todos estos motivos (sobrediagnóstico,
sobretratamiento, medicalización), el TDAH, a juicio de muchos expertos, es un
claro ejemplo de disease mongering, fenómeno
descrito por la periodista Lynn Payer en 1992. Dado que esta expresión no tiene
traducción directa al castellano, unos autores la han traducido como “tráfico”
de enfermedades, otros como “promoción” de enfermedades y otros como “invención”
de enfermedades. En el programa de Salvados, simplemente, utilicé una de ellas,
por parecerme la que más fácilmente iba a ser entendida por todos.
La mecha que quise encender en la
entrevista era la del debate sobre la medicalización de nuestras vidas, los
conflictos de interés y la trasparencia y la ética en las relaciones con la
industria farmacéutica. Son elementos clave que están encima de la mesa y que
conviene debatir entre todos, con serenidad y profundidad, lo antes posible.
La salud no sólo de vuestros
hijos, sino la de todos, está en juego. La de toda la sociedad.
Gracias por haberme escuchado.
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