Fuente: elgerentedemediado
Por: Sergio Minue
Mientras Sergio Minue se desespera ya no por los copagos, sino por como se puede llevar esto a la práctica. Este hermosa mujer , cuyo audio no hemos omitido pero es mejor verla que escucharla, está en el original, con una cara angelical les cuenta esto a los españoles. Gente desagradecida si las hay, aqui en Argentina nos han tocado para tareas peores, bigotudos, pelados, al menos ellos pueden recrear su vista. Pero ante título tremenebundo de Sergio, también vale decir que otro mundo es posible, aunque la lucha no está siendo fácil. Ni aún en esta América Latina acostumbrada a las mismas recetas que hoy les imponen.
“Poner en valor lo que tiene mucho en valor, puesto que no hay cosa que tenga más valor que una medicina que cura enfermedades. Hemos adoptado una medida que ya estaba adoptada…”
Este interesante discurso no forma parte de un capítulo de Barrio Sésamo ni tampoco a ninguna antología del granYogi Berra ( el autor de aquellos maravillosos aforismos como “el juego no se acaba hasta que se termina” o el no menos grande de "el futuro no es lo que solía ser"), sino de la reciente comparecencia de la actual Ministra de sanidad española, Ana Mato, ante la aprobación de las medidas del gobierno español para incrementar el copago farmacéutico. La medida aprobada dista de ser sencilla de entender y aún menos de aplicar. En un sistema sanitario “balcánico”, con diecisiete sistemas sanitarios sin coordinación, conseguir establecer diferentes tramos de copago en función de la renta de los ciudadanos no parece que vaya a ser tarea fácil.
El propio ministerio considera que el cambio estará en vigor en un par de meses, previsión bastante optimista, teniendo en cuenta que requiere poner a disposición del sistema sanitario la información fiscal sobre la renta de pensionistas y activos. Al margen de las consideraciones de carácter legal sobre la medida, es razonable pensar que implantar una medida semejante no será ni fácil ni barato, y además hará aún más farragosas y burocráticas las consultas de los médicos de familia, ya de por si bastante colapsadas.
Es hilarante comprobar con que facilidad ven el proceso de implantación de la medida los generadores de opinión pública, periodistas y tertulianos de los medios de comunicación españoles, esos sabios que de todo saben gracias a algún extraño milagro (en la tertulia de Julia Otero sobre los recortes, por ejemplo, participaban tres grandes expertos en la materia: un militar retirado, un aficionado al arte, y un periodista). Curioso país en los que buena parte de la decisión y la información sobre asuntos tan complejos como es el sistema sanitario y su financiación esté en manos de personas con tan escasos conocimientos sobre el terreno que pisan.
En uno de los trabajos realizados por los alumnos de nuestro Máster de Salud Pública, analizaron la formación, previa a su nombramiento, de los ministros de sanidad españoles a lo largo del periodo democrático. Es ilustrativo repasarlos.
De los 18 ministros de sanidad y hierbas afines ( consumo, bienestar social, servicios sociales, igualdad) 7 eran licenciados en derecho, 3 en economía, 1 en derecho y economía, 1 en economía e ingeniería industrial, 2 en medicina, 1 en físicas, 1 en sociología, 1 sin licenciatura alguna y otra con dudas de que llegara a culminarla.
Por supuesto llama la atención que solo 2 de 18 hayan sido médicos. Es impensable imaginar un gobierno donde el ministro de Economía pueda ser sociólogo, y mucho menos carecer de estudios superiores. De Guindos es un tipo que me produce recelo, con esa pinta de tiburón de Wall Street, y esos oscuros antecedentes con el lado oscuro de la economía ( Lehman Brothers). Pero aparenta saber de lo que habla. Lo que no ocurre con su compañera Mato, metida en un traje que le viene grande, como ocurrió con su antecesora, la no menos célebre Pajín.
Albert Jovell siempre ha defendido la idea de que el ministerio de sanidad debería ser dirigido por un médico, opinión con la que coincido en buena medida. Pero siendo sorprendente el hecho de que solo 2 de 18 ministros de sanidad procedan del ámbito sanitario ( el 10%), aún sorprende más la escasa relevancia del conjunto de ministros, donde el número de éstos que han dejado cierta huella y muestras de competencia se cuentan con los dedos de una mano. No deja de ser llamativo que el informe sanitario de mayor trascendencia lleva el nombre de un ministro de Economía (Abril Martorell). En este país ha habido, hay y habrá, afortunadamente, muchas cabezas brillantes que sepan de sanidad y sean capaces de gestionarla con acierto, de todas las tendencias políticas. Pero lo llamativo es que casi siempre, la sanidad es considerada como una cuestión menor que puede ser dirigida, casi, por cualquiera. Las consecuencias, como vemos, las pagamos todos.
El propio ministerio considera que el cambio estará en vigor en un par de meses, previsión bastante optimista, teniendo en cuenta que requiere poner a disposición del sistema sanitario la información fiscal sobre la renta de pensionistas y activos. Al margen de las consideraciones de carácter legal sobre la medida, es razonable pensar que implantar una medida semejante no será ni fácil ni barato, y además hará aún más farragosas y burocráticas las consultas de los médicos de familia, ya de por si bastante colapsadas.
Es hilarante comprobar con que facilidad ven el proceso de implantación de la medida los generadores de opinión pública, periodistas y tertulianos de los medios de comunicación españoles, esos sabios que de todo saben gracias a algún extraño milagro (en la tertulia de Julia Otero sobre los recortes, por ejemplo, participaban tres grandes expertos en la materia: un militar retirado, un aficionado al arte, y un periodista). Curioso país en los que buena parte de la decisión y la información sobre asuntos tan complejos como es el sistema sanitario y su financiación esté en manos de personas con tan escasos conocimientos sobre el terreno que pisan.
En uno de los trabajos realizados por los alumnos de nuestro Máster de Salud Pública, analizaron la formación, previa a su nombramiento, de los ministros de sanidad españoles a lo largo del periodo democrático. Es ilustrativo repasarlos.
De los 18 ministros de sanidad y hierbas afines ( consumo, bienestar social, servicios sociales, igualdad) 7 eran licenciados en derecho, 3 en economía, 1 en derecho y economía, 1 en economía e ingeniería industrial, 2 en medicina, 1 en físicas, 1 en sociología, 1 sin licenciatura alguna y otra con dudas de que llegara a culminarla.
Por supuesto llama la atención que solo 2 de 18 hayan sido médicos. Es impensable imaginar un gobierno donde el ministro de Economía pueda ser sociólogo, y mucho menos carecer de estudios superiores. De Guindos es un tipo que me produce recelo, con esa pinta de tiburón de Wall Street, y esos oscuros antecedentes con el lado oscuro de la economía ( Lehman Brothers). Pero aparenta saber de lo que habla. Lo que no ocurre con su compañera Mato, metida en un traje que le viene grande, como ocurrió con su antecesora, la no menos célebre Pajín.
Albert Jovell siempre ha defendido la idea de que el ministerio de sanidad debería ser dirigido por un médico, opinión con la que coincido en buena medida. Pero siendo sorprendente el hecho de que solo 2 de 18 ministros de sanidad procedan del ámbito sanitario ( el 10%), aún sorprende más la escasa relevancia del conjunto de ministros, donde el número de éstos que han dejado cierta huella y muestras de competencia se cuentan con los dedos de una mano. No deja de ser llamativo que el informe sanitario de mayor trascendencia lleva el nombre de un ministro de Economía (Abril Martorell). En este país ha habido, hay y habrá, afortunadamente, muchas cabezas brillantes que sepan de sanidad y sean capaces de gestionarla con acierto, de todas las tendencias políticas. Pero lo llamativo es que casi siempre, la sanidad es considerada como una cuestión menor que puede ser dirigida, casi, por cualquiera. Las consecuencias, como vemos, las pagamos todos.
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