Hace poco más de diez años, fue el propio BMJ quién se preguntaba tímidamente en una editorial la cuestión: "¿demasiada medicina?". Por aquel entonces las tendencias medicalizadoras no eran tan exageradas como lo son ahora y la evidencia científica sobre el exceso de diagnósticos y tratamientos era bastante limitada. Ahora hay muy pocas dudas sobre ello. Por eso, la revista médica ya lo afirma directamente: el sobrediagnóstico y el sobretratamiento es un hecho y si no se hace algo para cortar esta tendencia irá cada vez a más (como lo ha hecho hasta ahora).
Con esta campaña también se busca fomentar el debate y la investigación científica sobre este problema sanitario. Por un lado, con la editorial "Rebobinando los daños de demasiada medicina" se está creando una discusión pública entre profesionales sanitarios compartiendo su experiencia y conocimiento sobre la medicalización excesiva. Además, entre los próximos pasos a seguir se encuentra la organización de una conferencia científica internacional "Previniendo el sobrediagnóstico" , que tendrá lugar en septiembre de 2013. En esta conferencia, se recogerá la evidencia científica más reciente sobre este gran conflicto para la salud pública, valorando los problemas y tratando de encontrar soluciones, al tiempo que se tratará de llevar el asunto a la opinión pública.
La vorágine medicalizadora
Existe un chascarrillo interno en medicina que dice "No existen sujetos sanos, simplemente no han sido lo suficientemente estudiados". La realidad tras esta frase es peligrosa y se trata de que conforme más pruebas diagnósticas reciba una persona (analíticas sanguíneas, radiografías, TACs, marcadores tumorales...) más probabilidades hay de encontrar algo que haga que consideremos a una persona, que hasta entonces estaba sana, en enferma (o incluso pre-enferma).
El límite entre la salud y la enfermedad es un concepto muy difuso y difícil de definir, que no sólo depende de la medicina sino también de la sociedad. Este límite, por tanto, está en constante evolución. El problema llega cuando este límite va estrechando cada vez más el cerco a la salud y la enfermedad lo abarca casi todo. ¿La razón? Una vorágine medicalizadora en el que participan conjuntamente médicos, empresas con intereses en sanidad, pacientes y sociedad, ya sea de forma consciente o inconsciente.
Los médicos, con cada vez menos tiempo y recursos para atender a sus pacientes, tienden más hacia una medicina abundante en pruebas de laboratorio y de imagen y, también, hacia una medicina defensiva para evitar denuncias (a un médico le pueden juzgar por infradiagnosticar o infratratar, pero casi nunca por sobrediagnosticar o sobretratar). Esto implica test médicos a discreción, que descubren hallazgos casuales e inesperados que, a su vez, obligan a realizar más pruebas o tratamientos. Muchos de estos hallazgos, de no ser descubiertos mediante pruebas mal indicadas, no requerirían ninguna actuación adicional por no tener importancia (como los incidentalomas). Sin embargo, una vez descubierta esa "anomalía" obliga a seguir actuando.
Al otro lado están los pacientes, que también suelen esperar (y, a veces, exigir) pruebas médicas y tratamiento ante cualquier problema de salud. Rara vez un paciente criticará a un médico por hacerle demasiadas analíticas o demasiados TACs o por darle un tratamiento que en realidad está injustificado para su dolencia. Sin embargo, pobre del médico que se niegue a realizar pruebas o tratamientos porque no están justificados para el problema del paciente. Éste inmediatamente se considerará desatendido por su doctor, a pesar de que su actuación esté médicamente justificada.
Las empresas con intereses en sanidad (farmacéuticas principalmente, pero también fabricantes de aparatos diagnósticos, etc...) también tienen un papel clave en la vorágine medicalizadora. No sólo influyen en la sociedad mediante campañas más o menos subliminales que tratan de ampliar los límites de la enfermedad y/o expandir los tratamientos (haciendo campañas de sensibilización), también han participado activamente en la invención de enfermedades, para vender medicamentos que las traten. Su presión no es sólo sobre la sociedad, también influyen con fuerza entre los médicos, al actuar sobre su formación continuada, establecer guías de tratamientos, intervenir en la literatura médica o contactar con médicos "líderes de opinión" para influir sobre el resto de facultativos.
El resultado de lo anterior es una medicalización en las múltiples facetas de la vida humana: el nacimiento, la muerte, el sexo, la menopausia, el embarazo y muchos problemas de la vida cotidiana. En esta vorágine medicalizadora donde el "más es mejor" se trata de un dogma tiene que llegar cuanto antes una corriente crítica que frene tal descontrol y se pregunte: "¿Seguro? ¡Pongámoslo a prueba!"
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